En una reunión importante y controvertida, ex oficiales militares de la brutal dictadura argentina y sus partidarios se manifestaron en la Plaza de Mayo para exigir la liberación de camaradas encarcelados. La exposición representa un desafío provocador a la narrativa dominante de rendición de cuentas por los abusos a los derechos humanos cometidos durante el régimen de la junta de 1976 a 1983, un período enfatizado por el lema “Nunca Misa”, que simbolizaba la determinación de Argentina de rechazar el gobierno autoritario.
La elección del lugar para la manifestación, la Plaza de Mayo, es altamente simbólica, ya que ha sido el lugar de protestas de larga data encabezadas por las abuelas de Plaza de Mayo. Estas mujeres buscan incansablemente justicia para sus hijos que han sido secuestrados, detenidos y “desaparecidos” por el régimen militar. Su presencia e historia cobraron gran importancia en la manifestación del sábado.
Las contraprotestas surgieron en respuesta a la reunión de ex funcionarios, y muchos vieron la manifestación como una señal inquietante de que el consenso social sobre el legado violento de la dictadura podría estar erosionándose. Los críticos han expresado preocupación por lo que ven como la normalización de personas vinculadas al pasado opresivo del ejército.
La manifestación se produce en medio de un panorama político cambiante bajo el presidente Xavier Milli, cuya administración ha tratado de reconstruir la narrativa que rodea a la dictadura. Miley defendió a menudo las acciones del régimen como medidas necesarias contra las guerrillas de izquierda. Su vicepresidenta, Victoria Villarruel, llamó la atención sobre lo que calificó como abandono del personal militar, refiriéndose a ellos como víctimas por derecho propio. Esta opinión ha provocado indignación entre las organizaciones de derechos humanos, que argumentan que la postura del gobierno es un intento del ejército de absolverse de sus abusos sistemáticos contra los derechos humanos.
El reciente nombramiento por parte de Miley del Jefe de Estado Mayor del Ejército, el teniente general Carlos Alberto Presti, como Ministro de Defensa marca un momento histórico, convirtiendo a Presti en el primer oficial militar en el ministerio desde la restauración de la democracia en 1983. El nombramiento tiene como objetivo “poner fin a la demonización” del personal militar, según la administración.
Los manifestantes portaron pancartas y cantaron el himno nacional para mostrar su fe en que el ejército merece respeto. La organizadora María Asunción Benedit, cuyo difunto esposo jugó un papel en batallas militares contra la guerrilla, expresó la sensación de que la narrativa estatal actual ignora los recuerdos de los veteranos militares. Criticó al poder judicial por aplicar una justicia sesgada dirigida contra el personal militar.
Los asistentes a la manifestación llevaban pañuelos negros como respuesta desafiante a los pañuelos blancos de las abuelas, subrayando su rechazo a la narrativa hegemónica que rodea a la dictadura.
La división social se hizo más evidente cuando los contramanifestantes se reunieron, algunos con carteles con lemas como “Nunca más” y “Hay 30.000”, en referencia al número de vidas perdidas o desaparecidas bajo el régimen. Estas manifestaciones provocan un profundo pánico entre las familias de las víctimas.
El Comité de las Naciones Unidas contra la Tortura ha expresado recientemente su preocupación por las acciones del gobierno argentino, en particular la reducción de fondos a organizaciones relacionadas con los derechos humanos, la memoria y la justicia. El compromiso de recortar el gasto estatal para lograr un superávit fiscal ha llevado a un aumento de la financiación militar, lo que plantea más dudas sobre el equilibrio de prioridades en la administración Miley.
Si bien la manifestación fue una señal de unidad entre los ex oficiales militares y sus partidarios, contrastó marcadamente con los recuerdos de las víctimas y los gritos de justicia que resonaban en la sociedad argentina. La yuxtaposición de narrativas contradictorias en las calles y en las instituciones gubernamentales sugiere una profunda lucha social por el legado de un pasado doloroso.












