En una rápida maniobra política, el presidente Donald Trump condenó el tiroteo que involucró a dos reservistas de la Guardia Nacional de Virginia Occidental en Washington, DC, calificándolo de “acto maligno” y de “acto de terrorismo”. El pistolero, identificado como Rahmanullah Lakhanwal, un ciudadano afgano que supuestamente emigró a Estados Unidos durante la caótica retirada de las fuerzas estadounidenses de Afganistán en agosto de 2021, se ha convertido en un punto focal de la campaña de Trump contra la inmigración.
Al pronunciar sus comentarios desde el resort Mar-a-Lago, Trump rápidamente pasó de ofrecer condolencias a las víctimas a culpar a la administración Biden por las condiciones que permitieron al presunto tirador ingresar a Estados Unidos, enfatizando que el incidente representa una grave amenaza a la seguridad nacional y abogando por una política de inmigración más estricta.
Su retórica amplió las preocupaciones más allá del tiroteo, alimentando temores más amplios en torno a los inmigrantes. En particular, apuntó a los inmigrantes somalíes en Minnesota, insistiendo en que estaban “destrozando nuestro país” a pesar de no tener una conexión aparente con el incidente del tiroteo. Sus comentarios se centraron en la inmigración como una cuestión de seguridad nacional, coincidiendo con las medidas de su administración para revisar las admisiones de refugiados establecidas bajo Biden y retirar el estatus de protección temporal para personas de varias áreas de crisis.
Mientras el FBI investiga los motivos detrás de los tiroteos, los comentarios de Trump reflejan un patrón de aprovechar eventos trágicos para obtener beneficios políticos, lo que a menudo resulta en culpas equivocadas y miedo entre las comunidades de inmigrantes, muchos de los cuales arriesgaron sus vidas para ayudar a las tropas estadounidenses durante el conflicto de Afganistán. Han resurgido las críticas al proceso de investigación de antecedentes de los inmigrantes afganos, junto con un debate urgente sobre si las fallas de inteligencia contribuyeron al incidente.
Si bien se ha debatido el papel de la Guardia Nacional en la vigilancia interna de Estados Unidos, el tiroteo ha reavivado el debate sobre la idoneidad de una presencia militar en suelo estadounidense, particularmente a la luz de las tensiones políticas que rodearon el incidente. Los funcionarios locales han advertido sobre las implicaciones de militarizar las fuerzas del orden en medio de la violencia actual, lo que genera preocupación sobre la seguridad del personal militar que participa en misiones en áreas urbanas.
En respuesta al tiroteo, los funcionarios actuaron rápidamente para reforzar la presencia de la Guardia Nacional en Washington, y Trump presionó para un despliegue adicional luego de una orden judicial que buscaba limitar las asignaciones de tropas. Los críticos de las tácticas de Trump advierten que una mayor militarización aumentará las tensiones públicas en lugar de aumentar la seguridad.
Mientras continúa la investigación sobre el tiroteo, quedan dudas sobre los motivos del tirador y las medidas de seguridad apropiadas para el personal uniformado en las calles. En medio de estas audiencias, políticos de ambos partidos han expresado su deseo de un discurso que enfatice la unidad y el respeto, un alejamiento de la retórica hiperpartidista de los últimos años.
A raíz de este trágico evento, la compleja interacción de la política, la seguridad nacional y la seguridad pública ha pasado a primer plano, preparando el escenario para una conversación polémica mientras la administración navega por las consecuencias del ataque y sus implicaciones para las políticas de inmigración y seguridad en el futuro.











