Un estudio exhaustivo reciente dirigido por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva ha proporcionado información valiosa sobre las diferencias en la esperanza de vida entre mamíferos y aves machos y hembras. Al analizar datos de 1.176 especies, los investigadores encontraron que entre los mamíferos, las hembras vivían un promedio de 13 por ciento más que sus homólogos masculinos. Por el contrario, entre las especies de aves, la tendencia se invierte: los machos suelen vivir un cinco por ciento más que las hembras.
El estudio destaca cómo las estrategias de apareamiento afectan la longevidad. En especies donde la competencia por la pareja es intensa, un escenario común en los mamíferos, los machos suelen tener una esperanza de vida más corta. Esto contrasta con las aves, donde prevalecen las relaciones monógamas, lo que permite que los machos a menudo sobrevivan a las hembras. La investigación ha revelado que la disparidad en la esperanza de vida es mayor en las poblaciones silvestres en comparación con las mantenidas en zoológicos, lo que sugiere que los factores genéticos y ambientales desempeñan un papel clave en la determinación de la esperanza de vida.
El análisis refuerza una observación de larga data: las mujeres generalmente viven más que los hombres en diferentes países y períodos históricos. Si bien los avances en medicina y condiciones de vida han reducido la brecha en algunas áreas, las investigaciones sugieren que la disparidad tiene profundas raíces evolutivas que es poco probable que desaparezcan. Han surgido patrones similares en muchas especies animales, lo que sugiere que los orígenes de la longevidad se extienden más allá de los factores del estilo de vida contemporáneo.
Los investigadores han explorado los fundamentos genéticos de las diferencias en la esperanza de vida, citando la hipótesis del sexo heterogamético. En los mamíferos, las hembras tienen dos cromosomas X que proporcionan un efecto protector contra mutaciones nocivas, promoviendo así una vida más larga. Por el contrario, las hembras son de sexo heterogamético, lo que lleva a la tendencia opuesta observada en las especies de aves. Los datos respaldaron esta hipótesis: el 72 por ciento de los mamíferos mostraron una esperanza de vida más larga en las hembras, mientras que el 68 por ciento de las aves tenían machos más longevos. Sin embargo, se observan excepciones, particularmente en algunas especies de aves donde las hembras son más grandes y viven más.
Las estrategias reproductivas también desempeñan un papel importante en la configuración de la longevidad. Los machos a menudo desarrollan rasgos que mejoran su éxito reproductivo (por ejemplo, un plumaje vigoroso o tamaños corporales grandes) a un costo potencial de su esperanza de vida. El estudio confirmó la idea de que en las especies de mamíferos poligínicos, la marcada competencia masculina conduce a una esperanza de vida más corta para los machos. Mientras tanto, en las especies de aves monógamas, la presión competitiva se reduce, lo que permite que los machos prosperen.
La inversión de los padres también afecta la longevidad. Las investigaciones sugieren que el sexo que participa más en la crianza de la descendencia (normalmente las hembras en los mamíferos) puede cosechar los beneficios de una esperanza de vida más larga. En especies longevas como los primates, esta prolongación de la vida es teóricamente beneficiosa, ya que las madres se aseguran de que sus crías vivan lo suficiente para alcanzar la independencia.
Sorprendentemente, los investigadores descubrieron que las diferencias en la esperanza de vida entre los sexos persisten incluso en entornos zoológicos, donde las amenazas externas como los depredadores y las enfermedades están ausentes. Aunque estas diferencias se reducen en cautiverio, no desaparecen por completo, lo que refleja la experiencia humana de que una mejor atención médica puede reducir la brecha entre la esperanza de vida de hombres y mujeres, pero no se ha eliminado.
En conjunto, estos hallazgos enfatizan que las diferencias en la esperanza de vida entre hombres y mujeres están profundamente arraigadas en procesos evolutivos moldeados por la selección sexual, las estrategias reproductivas y los factores genéticos. Aunque las condiciones ambientales pueden afectar la magnitud de estas diferencias, siguen siendo una parte integral de la narrativa evolutiva y probablemente persistirán en las generaciones futuras.











